Es curioso como las grandes mentes de este pequeño país llamado España, nunca tuvieron que realizar un examen para formar parte de los funcionarios del estado español.
El examen. Para quién aún no lo sepa, los privilegiados funcionarios españoles deben aprobar un examen para tener un puesto vitalicio. Suena bien, pero no todo es un campo de rosas. Como todo el mundo sabe, es más fácil aprobar un examen si sabes las preguntas, sabes como contestarlas, y tienes mano izquierda con el tribunal. Pues he aquí la cuestión, un examen que se aprueba de forma tan mezquina, otorga el premio de un puesto en la administración española. De sobra sabido es, que cuanto más ladrón y más sinvergüenza se es, más alto se llega en el estado español.
Pero siempre hay una excepción que confirma la regla, y para muestra sirve un botón. Uno de los más sabios y sesudos de este país, nunca pudo llegar a ser catedrático por motivos políticos, a pesar de que en esa época, el que sabía y estudiaba para saber, solía aprobar los exámenes, que tiempos aquellos... Su nombre es poco conocido, más por querer ser olvidado, que por recordar con vergüenza como se trata a la personas que se esfuerzan por hacer algo bueno por su pueblo, uno de tantos. Se llamaba, Joaquín Costa, y su único delito era ser hijo de familia pobre, y ser hombre de mente abierta. Algún catedrático, que no le llega a Joaquín Costa ni a la suela del zapato, se ríe hoy de él, por ser un sabio que no le sirvió de nada saber. Y es cierto, si en vez que querer aprender, y que querer enseñar todo lo que aprendía, se hubiese dedicado a ser un delincuente más, es muy probable que hubiera sido presidente de la nación.
Que cosas tiene esta España nuestra.
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