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Cuentos



El hombre con dos almas

Qué es el alma sino aquello que conduce nuestro ser a lo largo de la vida. Qué es el alma sino la razón de que estemos vivos realmente. Existen personas que aun con alma, parecen carecer de ella, pues su cuerpo se mueve al ritmo de las olas de la vida, llevado por la marea sin hacer nada que evite ser devorado por el mar. Pero también existen personas, que dentro de su ser habitan más de un alma. Él es una de ellas.

Todo empezó cuando era muy niño, jugaba en el pequeño jardín que había en la antigua casa de sus padres, donde él paso gran parte de su infancia, y donde fue feliz y triste a la vez. Era un niño alegre, callado y tímido, casi parecía que no existía porque apenas llamaba la atención. Solo su enfermedad, que apenas le dejaba descansar un minuto a él y a sus padres, hacía que llamase la atención de la familia y del resto de personas que le conocían. A pesar de no tener cumplidos los 6 años de edad, ya había estado ingresado numerosas veces en el hospital. Alergias, decían los médicos que era, pero en aquel momento de la historia, apenas sabían que era un alergia y menos como tratar a un niño tan pequeño de ese problema.
Él intentaba una y otra vez, ser como los demás niños, pero le era imposible, ni siquiera tenía amigos, sus padres le cambiaban una y otra vez de colegio, ya que los colegios se asustaban de tener a un niño tan enfermo en sus aulas y les recomendaban a los padres el llevarle a un colegio especial para niños con problemas. Una inyección que debe ser suministrada en horas de colegio, el miedo a que el niño sufriera un ataque de asma en medio de la clase, que pudiese alarmar a sus compañeros, los días perdidos por los sucesivos ingresos en el hospital... Era un niño de cristal, al que nadie quería cuidar, salvo su madre, que siempre estaba a su lado.
Los cambios constantes de colegio, hicieron una mella profunda en su corazón, el verse distinto, rechazado y solo, le hacía sentir tan diferente a los demás niños, que solo la absoluta soledad y las fantasías que creaba en su mente, podían darle el descanso que necesitaba.
A pesar de tener un hermano mayor, y uno pequeño, casi un bebé. Él se sentía solo, más solo de lo que hubiera podido sentirse ni no hubiera tenido hermanos. Su hermano mayor, no aceptaba no ser el centro de atención de sus padres, así que no paraba de hacerle la vida imposible, al niño enfermo que siempre cuidaba mamá. No dudaba en robarle juguetes, romperle los pocos que le dejaba, o pegarle a escondidas de los padres, ya que su rabia era tan grande hacia el niño enfermo, que no podía controlar su agresividad. Sin embargo, estaba su hermano pequeño, tan frágil como él mismo, aunque sano y sonriente, pero ese pequeño que iba a ser su única compañía, aun estaba demasiado protegido por sus padres, y al final se volvía a sentir solo sin nadie con quién jugar.
Sentado en el césped, sobre una toalla de colores alegres que su madre le había puesto para que no cogiera frío, jugaba y jugaba. Se creaba un mundo diferente, lleno de personajes maravillosos que jamás pudiesen existir en la realidad. Y así pasaba horas y horas solo, mientras otros niños jugaban en el recreo con sus compañeros, él estaba solo, sintiendo la frialdad de la soledad a través de la humedad del frío césped de otoño.
Mientras jugaba, vio como algo se acercaba lentamente, no era el perro gordo de la familia, ni su abuela que estaba dando de comer a su hermano pequeño, no sabía bien que era, pero parecía... ¡Parecía un niño!, un niño como él, se parecía incluso a él. Era el hermano que le faltaba, la compañía que echaba en falta, alguien con quien pasar las horas y que jamás le dejaría solo. 
Aquel niño, que acababa de conocer, le hizo saber que nunca le abandonaría, que nunca jamás dejaría que sintiera la soledad. Pero a cambio, debía prometer que nadie sabría de su existencia, que nadie debía saber que jugaba con él, y que jamás hablaría en alto con él delante de nadie. Sería un secreto entre los dos, un pacto que jamás se rompería.
Con los años aquel niño enfermo creció y se convirtió en un hombre sano. Ahora era muy sociable, y tenía gran facilidad para ser aceptado a pesar de seguir siendo tímido y callado. Pero con el tiempo, cuando se dejaba conocer por la gente que él aceptaba, se convertía en extrovertido, divertido y parlanchín. Aunque le seguía constando confiar en alguien, necesitaba observar bien a las personas durante un tiempo, en silencio, solo mirando y estudiando su comportamiento, para poder empezar a confiar en ellas, y la mayoría de las veces aunque conseguía tener una amistad, esta era breve y poco profunda.
Y cuando la soledad llegaba a su corazón, cuando él volvía a sentirse solo, su hermano regresaba. Le susurraba cosas al oído, y poco a poco sus almas empezaron a convivir unidas. Ya no era consciente de cuando era él el que estaba presente y consciente, y cuando era su hermano el que llevaba las riendas de su cuerpo. No recordaba cosas que decía, o hacía. Sufría perdidas de memoria, lagunas mentales, comportamientos histriónicos muy lejanos a su personalidad tímida e introvertida. Su sonrisa cambiaba, se convertía en burlesca como la de un payaso, en vez de sinuosa y dulce. Su mirada cálida y dulce se convertía en fría e impersonal. Su comportamiento cariñoso, generoso y empático, resultaba ser frío, egoísta y manipulador. Y todo ocurría en escasos segundos sin que nadie apenas pudiera percibir el cambio, ni tan siquiera su propia madre podía entender lo que le pasaba, así que optó por creer que su personalidad era ambas caras del mismo ser.
Durante años su hermano, la sombra que le acompañaba, se fue haciendo más presente, como las lagunas mentales, como los espacios vacíos sin saber que ocurría. No entendía nada, no entendía porque la gente se enfadaba con él y le echaba cosas en cara, que el jamás había hecho o dicho.
Aquella sombra, no le iba a abandonar, ya no estaba para hacerle compañía, ya no se conformaba con tomar su cuerpo solo para que el niño tímido pudiera defenderse. Ahora necesitaba sentirse vivo, y dueño absoluto de aquel cuerpo. La sombra poco a poco, fue expulsando de la vida de aquel hombre todas las personas que podían sentir algún cariño o amor por él. Fue dejando le solo, de forma que deseara estar muerto, y en ese momento se apoderaría completamente de él, se adueñaría de su cuerpo en ese momento de debilidad, para no devolviéndoselo nunca más.
Y cuando ese día llegó, cuando aquel hombre pensó en suicidarse, y calló en el suelo, drogado por aquellas pastillas, inmóvil en su absoluta soledad y desesperación. Aquella sombra hizo que ese cuerpo moribundo se moviera y pidiera ayuda. Su voz había cambiado, su rostro, su sonrisa y su mirada. Jamás volvería a ser aquel niño inocente sentado en el jardín, jamás volvería a ser un buen hombre. El humano había sido derrotado, y ahora vivía la bestia.



Pedro y el lago


Como de costumbre y oyendo a quién me lee, intento mejorar lo que escribo, pues el único fin de lo que se escribe, es que en algún momento por alguien sea leído. Así pues, en atención a las críticas, algunas de ellas bastante duras he implacables, que dicen que esto es de lo peor que he escrito últimamente. He decidido revisar y hacer una nueva versión del cuento "Pedro y el lago". Espero que esta nueva versión sea mejor y más entendible, y pido disculpas por la anterior.
 
Pedro y el lago


Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Tirado en la esquina de la habitación. La cabeza le daba vueltas aun sentía nauseas. ¿Donde estará?. Seguro que está cerca. Debo darme prisa, y recoger todo esto, mi madre puede entrar en la habitación en cualquier momento. No quiero que se entere, ella siempre se entera de todo. No sé como lo hace, pero siempre sabe lo que estoy pensando.

¡La puerta!. Ya está aquí, y aun no estoy listo, prepárate Pedro, que no se de cuenta. Dios mío si existes, ayúdame, te prometo que no robaré más caramelos a mi hermano pequeño, pero por favor, por favor...

¡Pedro! ¿Pedro?¿ Dónde te has metido? Te he estado buscando en la iglesia. ¿Dónde estabas? La próxima vez te vienes conmigo, ya no sé si fiarme de ti, dijiste que salias detrás de nosotros. Tu padre y tu hermano se han ido con tu tío al bar. Ahora podrías estar jugando con tus primos. ¡Pedro!

Pedro baja las escaleras y se acerca lentamente y con la cabeza gacha a su madre. Mamá, es que no me encuentro bien.
¿Hijo mío qué te pasa? - Le dice su joven madre, Teresa, mientras se agacha para ver mejor la cara de su hijo-. Nada, nada, solo que no me encuentro bien. - Responde el pequeño mientras intenta impedir que ella le mire a los ojos-. A ver... La cálida mano de su madre se posa sobre su frente, Pedro la mira rezando para que ella no se de cuenta de nada. Mi pequeño, pero si tienes fiebre, ven que te vas a meter en la cama. Ahora te voy a preparar una sopa calentita. Madre mía, donde habrás pillado esto. Coge en brazos al pequeño y lo lleva a su habitación, dejándole suavemente sentado en la cama . Ponte el pijama y a dormir, vamos, date prisa que vas a coger frío. La madre se agacha a recoger los zapatos que Pedro se acaba de quitar. ¿Y este barro?¿De donde sale? Aún está fresco ¿Donde has estado esta mañana?. Pues... Ya me ha pillado, piensa Pedro. Siente como la mirada de su madre le atraviesa el cerebro. En ese momento decide no pensar en nada, quizás pueda conseguir que su madre no le adivine los pensamientos. Cierra los ojos y los aprieta con fuerza. ¡Mamá! Se abraza a ella. Pobrecito mío, si es que estas muy malito. Le abraza y le va soltando poco a poco con delicadeza. Anda, duerme un poco hasta que te traiga la sopa.

La madre se va preocupada, antes de cerrar la puerta de la habitación, mira a su hijo.


El muñacho se desviste y se pone el pijama, se tumba en la cama y mira hacia la ventana esperando que le entre sueño. Pedro echa la cabeza a un lado, y ahí está. Vaya, no lo he recogido, sabía que se me iba a olvidar algo. ¡El dinosaurio! Tengo que cogerlo antes de que vuelva mi madre. Se oye una puerta que se abre en el piso de abajo.

Otra vez la puerta, ese debe ser papá. Ha vuelto al ver que mi madre no se reunía con él. Vaya.
¿Está en el cuarto? -Pedro oye la voz del padre que habla desde el piso de abajo-. ¿Qué le pasa? Seguro que se ha ido a jugar al lago, mira que le tengo dicho que no vaya solo, que se puede caer. ¿Tenía la ropa mojada? Por lo menos está en casa. En cuanto se ponga bueno se va a enterar el niño este. Sí, ahora subo a verle.

La puerta de la habitación de Pedro se abre lentamente mostrando la figura alta y delgada de su joven padre.

¿En qué lío te has metido esta vez? Tienes a tu madre preocupadísima.- Dice el padre mientras se sienta en la cama del pequeño-. ¿Donde está Nuno? - El muchacho intenta incorporarse, para ver si su hermano pequeño ha subido a verle detrás de su padre-. Tu hermano va a comer en casa con tus primos. - Le dice mientras intenta que vuelva a tumbarse y taparle-. ¡No!, dile que venga. Tiene que venir. Pedro, inquieto, intenta incorporarse a pesar de que su padre le presiona con la manta para que no se mueva. Cómo que dile que venga. ¿Para qué quieres que venga, para que le pegues el constipado? No estoy constipado -Replica el muchacho-. Pero si me ha dicho tu madre que tienes fiebre. Voy a llamar al médico. - El padre se levanta inquieto y se dirige a la puerta-. Papa, no quiero que venga el médico, pero trae a Nuno a casa. Tráelo ya, por favor. - Dice Pedro alterado y con cara de preocupación-. Tranquilo hijo. Después de comer voy a por tu hermano pequeño. ¡No!, tráelo ahora. - Exige Pedro con autoridad y firmeza-. Estas muy raro, debes estar muy enfermo. Ahora traigo a tu hermano. El padre sale de la habitación. Pedro escucha como baja las escaleras.

Hay que llamar al médico. Está muy mal, dice que quiere ver a Nuno. De acuerdo, le traeré. Me pasaré por la casa de Don Francisco a ver si está y puede venir a verle. Se oye el ruido de la puerta.

El viento empieza a soplar con fuerza, se cuela por las rendijas de la casa, y el estruendoso sonido asusta a Pedro. ¡Mamá ven!

¡Pedro, ya voy!. La mujer sube deprisa y asustada las escaleras. La ventana de la habitación está abierta, el muchacho mira al exterior sentado en la cama. Ella le contempla desde la puerta de la habitación. ¿Qué pasa?¿Cómo se ha abierto la ventana?

Mamá, viene, tenemos que salir de aquí. El pequeño intenta levantarse para agarrar a su madre, pero ella se lo impide acostándole otra vez. Pobre hijo mío, pobre. La fiebre, te esta afectando la fiebre. La madre se acerca a la ventana y la cierra. Pero de repente ve algo en el campo, a lo lejos una luz muy intensa. No sabe que es, pero no le gusta. Mamá, vámonos.- Dice Pedro asustado-. Sí hijo sí, nos vamos. En cuanto venga tu padre y tu hermano nos vamos. Sin saber muy bien porque, empieza a vestir a su hijo. Cuando va a ponerle los zapatos otra vez, ve el barro. ¿Dónde has estado esta mañana? ¿Qué has hecho?. Mamá, no vas a creerme. - Dice el pqueño mientras agacha la cabeza-.
Cuéntamelo. - Y Teresa le mira fijamente a los ojos, esta vez, Pedro no puede esquivar la mirada penetrante de su madre.

Como quieras. Yo estaba recogiendo para ir a misa con vosotros, pero no encontraba mi dinosaurio. Lo buscaba por todas partes, pero no lo encontraba. Estaba desesperado, pensaba que Bruja, esa perra mala de la vecina, lo habría cogido para mordisquearlo. Así que me tenía que dar prisa por encontrarlo. Antes de que ya no se pareciera a un dinosaurio, o lo enterara con el resto de mis juguetes desaparecidos.


Salí al patio de atrás, y cuando estaba buscando entre las tomateras, note una voz que me llamaba. Era una voz muy suave, yo pensaba que eras tú que había vuelto a buscarme, pero no. Al darme la vuelta, para ver de donde salía esa voz. Vi una figura muy alta, más alta que papá. Era muy alargada y no tenía cara, solo luz. Era muy rara, pero no me daba miedo. Me hablaba y me decía que nos marchásemos, y al poco desapareció. No he ido al lago mamá, te lo juro. No me he movido de casa, de verdad.

Se oye la puerta de la entrada. ¡Tere! El médico no estaba, he traído a Nuno, hace mucho viento fuera, parece como un huracán, es mejor que cerremos todo bien, y no salgamos de casa hasta que pase el vendaval.

¡Papá!. -Grita Pedro -. Sube deprisa, nos tenemos que ir. El padre coge al pequeño Nuno, y suben los dos juntos la escalera. Jose, no vamos. - Dice Teresa sin querer dar más explicación-.
¿Cómo que nos vamos?. - Replica Jose a pesar de que no ve posibilidades de éxito-. Nos vamos, ya. - Dice Teresa mientras coje a Pedro en brazos- ¿Pero a donde? ¿Y por qué? ¿Quieres que llevemos a Pedro al hospital? - Jose busca respuestas a la actitud de su esposa- . Sí, eso. Nos vamos al hospital. Vamos al coche, rápido. - Con Pedro en brazos, la mujer baja las escaleras, procurando ocultar su nerviosismo.

La familia entera se subió al coche y salieron del pequeño pueblo todo lo rápido que pudieron, solo el pequeño Pedro tuvo valor para mirar atrás mientras el viento arrancaba las casas del ya lejano pueblo. Como si una mano gigante las arrancara del suelo.

Pedro ahora recordaba a su pequeño compañero de juegos. Lo había olvidado, debía de seguir tirado en el suelo de su cuarto. Giro la cabeza en la almohada y dio un respiro de alivio porque cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí tirado en la esquina de su habitación.


FIN
 
Pedro y el lago


Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Tirado en la esquina de la habitación. La cabeza le daba vueltas aun sentía nauseas. ¿Donde estará?. Seguro que está cerca. Debo darme prisa, y recoger todo esto, mi madre puede entrar en la habitación en cualquier momento. No quiero que se entere, ella siempre se entera de todo. No sé como lo hace, pero siempre sabe lo que estoy pensando.

¡La puerta!. Ya está aquí, y aun no estoy listo, prepárate Pedro, que no se de cuenta. Dios mío si existes, ayúdame, te prometo que no robaré más caramelos a mi hermano pequeño, pero por favor, por favor...

¡Pedro! ¿Pedro?¿ Dónde te has metido? Te he estado buscando en la iglesia. ¿Dónde estabas? La próxima vez te vienes conmigo, ya no sé si fiarme de ti, dijiste que salias detrás de nosotros. Tu padre y tu hermano se han ido con tu tío al bar. Ahora podrías estar jugando con tus primos. ¡Pedro!

Pedro baja las escaleras y se acerca lentamente y con la cabeza gacha a su madre. Mamá, es que no me encuentro bien.

- ¿Hijo mío qué te pasa?

- Nada, nada, solo que no me encuentro bien.

- A ver... La cálida mano de su madre se posa sobre su frente, Pedro la mira rezando para que ella no se de cuenta de nada.

Mi pequeño, pero si tienes fiebre, ven que te vas a meter en la cama. Ahora te voy a preparar una sopa calentita. Madre mía, donde habrás pillado esto. Coge en brazos al pequeño y lo lleva a su habitación. Ponte el pijama y a dormir, vamos, date prisa que vas a coger frío. La madre se agacha a recoger los zapatos que Pedro se acaba de quitar. ¿Y este barro?¿De donde sale? Aún está fresco ¿Donde has estado esta mañana?

- Pues... Ya me ha pillado, piensa Pedro. Siente como la mirada de su madre le atraviesa el cerebro. En ese momento decide no pensar en nada, quizás pueda conseguir que su madre no le adivine los pensamientos. Cierra los ojos y los aprieta con fuerza. ¡Mamá! Se abraza a ella.

- Pobrecito mío, si es que estas muy malito. Anda, duerme un poco hasta que te traiga la sopa.

La madre se va preocupada, antes de cerrar la puerta de la habitación, mira a su hijo.

Pedro echa la cabeza a un lado, y ahí está. Vaya, no lo he recogido, sabía que se me iba a olvidar algo. ¡El dinosaurio! Tengo que cogerlo antes de que vuelva mi madre.

- Otra vez la puerta, ese debe ser papá que ha vuelto al ver que mi madre no se reunía con él. Vaya.

- ¿Está en el cuarto?¿qué le pasa? Seguro que se ha ido a jugar al lago, mira que le tengo dicho que no vaya solo, que se puede caer. ¿Tenía la ropa mojada? Por lo menos está en casa. En cuanto se ponga bueno se va a enterar el niño este. Sí, ahora subo a verle.

La puerta de la habitación se abre lentamente dejando ver la figura alta y delgada de su joven padre.

- ¿En qué lío te has metido esta vez? Tienes a tu madre preocupadísima.

- ¿Donde está Nuno?

- Tu hermano va a comer en casa con tus primos.

- ¡No!, dile que venga. Tiene que venir.

- Cómo que dile que venga. ¿Para qué quieres que venga, para que le pegues el constipado?

- No estoy constipado. Pero si me ha dicho tu madre que tienes fiebre. Voy a llamar al médico.

- Papa, no quiero que venga el médico, pero trae a Nuno a casa. Tráelo ya, por favor.

- Tranquilo hijo. Después de comer voy a por tu hermano pequeño.

- ¡No!, tráelo ahora. Exige Pedro con autoridad y firmeza.

- Estas muy raro, debes estar muy enfermo. Ahora traigo a tu hermano. El padre sale de la habitación. Se le oye bajar las escaleras.

Hay que llamar al médico. Está muy mal, dice que quiere ver a Nuno. De acuerdo, le traeré. Me pasaré por la casa de Don Francisco a ver si está y puede venir a verle. Se oye el ruido de la puerta.

El viento empieza a soplar con fuerza, se cuela por las rendijas de la casa, y el estruendoso sonido asusta a Pedro. ¡Mamá ven!

Pedro, ya voy. La mujer sube deprisa y asustada las escaleras. La ventana de la habitación está abierta, el muchacho mira al exterior sentado en la cama. Ella le contempla desde la puerta de la habitación. ¿Qué pasa?¿Cómo se ha abierto la ventana?

- Mamá, viene, tenemos que salir de aquí.

- Pobre hijo mío, pobre. La fiebre, te esta afectando la fiebre. Se acerca a la ventana y la cierra. Pero de repente ve algo en el campo, a lo lejos una luz muy intensa. No sabe que es, pero no le gusta.

- Mamá, vámonos.

- Sí hijo sí, nos vamos. En cuanto venga tu padre y tu hermano nos vamos.

La madre sin saber muy bien porque, empieza a vestir a su hijo. Cuando va a ponerle los zapatos otra vez, ve el barro. ¿Dónde has estado esta mañana? ¿Qué has hecho?

- Mamá, no vas a creerme.

- Cuéntamelo.

Como quieras. Yo estaba recogiendo para ir a misa con vosotros, pero no encontraba mi dinosaurio. Lo buscaba por todas partes, pero no lo encontraba. Estaba desesperado, pensaba que Bruja, esa perra mala de la vecina, lo habría cogido para mordisquearlo. Así que me tenía que dar prisa por encontrarlo. Antes de que ya no se pareciera a un dinosaurio, o lo enterara con el resto de mis juguetes desaparecidos.

Salí al patio de atrás, y cuando estaba buscando entre las tomateras, note una voz que me llamaba. Era una voz muy suave, yo pensaba que eras tú que había vuelto a buscarme, pero no. Al darme la vuelta, para ver de donde salía esa voz. Vi una figura muy alta, más alta que papá. Era muy alargada y no tenía cara, solo luz. Era muy rara, pero no me daba miedo. Me hablaba y me decía que nos marchásemos, y al poco desapareció. No he ido al lago mamá, te lo juro. No me he movido de casa, de verdad.

Se oye la puerta de la entrada. ¡Tere! El médico no estaba, he traído a Nuno, hace mucho viento fuera, parece como un huracán, es mejor que cerremos todo bien, y no salgamos de casa hasta que pase el vendaval.

- ¡Papá! Sube deprisa, nos tenemos que ir.

El padre coge al pequeño Nuno, y suben los dos juntos la escalera.

- Jose, no vamos.

- ¿Cómo que nos vamos?

- Nos vamos, ya.

- ¿Pero a donde? ¿Y por qué? ¿Quieres que llevemos a Pedro al hospital?

- Sí, eso. Nos vamos al hospital. Vamos al coche, rápido.

La familia entera se subió al coche y salieron del pequeño pueblo todo lo rápido que pudieron, solo el pequeño Pedro tuvo valor para mirar atrás mientras el viento arrancaba las casas del ya lejano pueblo. Como si una mano gigante las arrancara del suelo.

Pedro ahora recordaba a su pequeño compañero de juegos. Lo había olvidado, debía de seguir tirado en el suelo de su cuarto. Giro la cabeza en la almohada y dio un respiro de alivio porque cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí tirado en la esquina de su habitación.

FIN

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