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viernes, 23 de enero de 2015

El vellocino de oro

Algo que no se puede negar, es que cuanto más se estudia sobre algo, más lejos se está de la verdad. Y eso es lo que le pasa a muchos teólogos, me temo.

En la antigüedad se veneraban objetos sagrados como si fueran dioses. Adquirían un poder tan grande, que cuando las religiones más difundidas y seguidas en la actualidad, establecieron su códigos éticos y morales, fue estas falsas deidades las primeras en prohibirse.  Puede que para nosotros adorar una figura de un animal como si fuera un dios, se nos hace difícil, pero en realidad hoy en día, se hace lo mismo con el dinero, y a todo el mundo le parece de lo más normal y natural.

En la antigüedad se dieron cuenta de que adorar objetos, es un problema enorme, hasta tal punto de que se sacrifican familias enteras y se cometen atrocidades inmersas por conseguir los supuestos poderes de la falsa deidad. Y por eso, las religiones más antiguas intentaron evitar todo lo que pudieron la veneración de imágenes, he incluso su fabricación. Pero el poder de la imagen y la sugestión es muy grande. Y la mayoría de las religiones siguen usando las imágenes para evocar dioses y santos.

Cualquier creyente, sabe o debería saber, que las imágenes que pretenden representar santos o dioses, no son ni muchísimo menos fieles, o muchas veces, ni si quieran se aproximan a la realidad, si es que consideramos que todos existiesen, que eso ya es mucho decir. Lo que se pretende con las imágenes es transmitir la creencia y la fe. Y de eso sabe mucho la iglesia católica. El pintor, tenía que dar un gran sentido emocional a la obra, porque era la emoción y no la imagen lo que se trataba de transmitir. Cuando vemos un crucifijo con Jesús en él, vemos el sufrimiento, pero no debemos ver a un hombre semi desnudo barbado y greñudo. Sería absurdo ver las cosas así, o ni siquiera interpretarlas. El buda, ese gordito sonriente, nos da sensación de felicidad, de abundancia y de seguridad. Y no debemos ver un hombre barrigón que no controla sus impulsos, y que parece poco o nada trabajador.

Lo que pretendo decir, es que no ofende el que quiere, sino el que puede. Así pues ninguna imagen de nada, sea lo que sea, sino lleva implícita la creencia y la fe, el sentimiento y la emoción, no querrá decir nada, y no se puede considerar una burla, y mucho menos una amenaza para el creyente. Es solo, el reflejo, tosco y basto de una opinión, y nada más.

Y como no se confunde la velocidad con el tocino, no debemos confundir la fe y el arte, con la parodia y la crítica social.

La libertad de expresión, no es solo poder ver lo que te de la gana y hacer lo que te de la gana, si no tolerar y permitir que los demás también lo hagan.

Por ejemplo, nadie dice que ver mujeres desnudas con posturas y gestos desagradables, que degradan la dignidad y la imagen femenina, sea un delito, y por eso tenemos que verlo constantemente por internet. Sin embargo a mi ver una mujer desnuda me puede parecer hermoso y bello, pero lo que veo, ni es hermoso, ni es bello, y es para mí como mujer, bastante ofensivo, pero por eso, nadie sale a la calle ni se manifiesta, ni nada similar. Aunque sea más cruel que burlarse de ninguna religión, porque se ve claramente, que muchas mujeres son capaces de destrozar su cuerpo y de venderlo públicamente, mientras unos las desean, y otras las critican.

Volvemos a lo de siempre. Un mundo machista donde no se toleran cuatro dibujos burlescos, pero si se tolera ver prostitutas y mujeres enfermas constantemente. Porque si una mujer destruye su cuerpo, tanto dejando de alimentarlo, como llenándolo de silicona, solo para agradar a un montón de locos, entonces es que está enferma. No estoy diciendo que esté en contra de la cirugía, ni de cuidarse, ni nada de eso. Estoy en contra de la destrucción total de YO, que es lo hacen estas mujeres, se convierten en muñecas vivas de silicona. Eso ni es sano, ni es bello, ni es agradable de ver. Pero parece ser que no solo a nadie le molesta, si no que cada vez lo vemos más, como si fueran un ejemplo a seguir o algo similar.





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