Cuando somos pequeños nuestros padres, cuidan de nosotros y nos prohíben hacer muchas cosas que nosotros en ese momento no consideramos peligrosas, sino divertidas. Y de alguna forma esa pérdida de libertad, debido a la sana protección de los padres, con el tiempo se convierte en rebeldía. Quizá porque cuando somos niños somos mucho más conscientes de nuestras capacidades físicas, mientras que cuando un adulto nos ve haciendo cosas como; escalar, trepar, saltar, andar cerca de un lugar donde podemos caernos, o algo así, el adulto se pone de los nervios pensando en que nos hacemos daño, mientras que nosotros pensamos lo divertido que es hacer algo difícil, que es justo eso, no caerse.
Es probable que por eso, cuando somos algo más grandes, seguimos siendo rebeldes, y yo lo sigo siendo, aunque cada vez intento que mi rebeldía no me cueste demasiado, lo que siempre es complicado. Y esta y no otra, es la razón por la que creo que la mayoría de las personas cuando oyen o leen, que no deben practicar la Ouija, lo hacen, y lo hacen pensando que a ellos no les va a pasar nada, y que son tonterías y temores absurdos de personas con algún tipo de debilidad, o de miedo, las que dicen o recomiendan que no se practique este "juego". Por supuesto, el lector puede seguir pensando lo que considere oportuno, pero mi deber moral hace que siga contando sucesos reales que viví en primera persona y que hacen que quizá uno se lo piense dos veces antes de arriesgar su vida de una forma tan estúpida.
En mi anterior relato, conté como fue mi experiencia con la Ouija y la que era mi amiga del colegio cuyo nombre empieza por M, Lo que no conté, es qué pasó inmediatamente después a que la monja supiera que estábamos haciendo la Ouija en clase. Como es natural, tengo muchos problemas para recordar bien lo que sucedió, no solo por el tiempo transcurrido, sino porque tengo un bloqueo emocional que me impide recordar bien aquellos días.
He de decir, que a pesar de que yo esperaba una reacción mucho más violenta y negativa, por parte de las monjas, no la obtuve. Las monjas sí hablaron conmigo, y con M, pero no recuerdo ni que me obligaran a rezar, ni ningún castigo tremendo. Tal vez, sea esta la razón, por la que yo misma elegí castigarme, porque era muy consciente de que lo que le pasaba a M, era por mi culpa, y que yo había sido la causante de su problema. Era culpable, porque yo la había enseñado el juego, pero nunca la incité a seguir con ello, sino que fue ella la que se obsesiono con el tema. Como ya dije en mi relato anterior, a mi me movía la curiosidad. El caso es que yo necesitaba un castigo, una penitencia, algo, y no lo recibí, así que tuve que buscarme la forma de conseguirlo para de alguna forma redimir el pecado o la falta que había cometido. No necesitaba el castigo por un perdón divino, necesitaba el castigo porque necesitaba perdonarme a mi misma, lo que yo sin saber que hacía, había permitido.
Es muy difícil hacerle entender al lector lo que se siente cuando eres niño, y eres totalmente consciente de que tu amiga se ha vuelto loca por tu culpa, y en ese momento era totalmente consciente de ello, más de lo que lo era ningún adulto. Pero también era consciente de la locura, y de lo que eso significaba, porque fui viendo la progresión en ella, cómo de ser normal, se convirtió en una absoluta demente.
Durante muchos años tuve un complejo de culpa tremendo, y ya explicaré en otro relato como pude librarme de ese complejo, pero hoy voy a contar como me autocastigué a mi misma y lo que sucedió a mi alrededor.
Por primera vez en mi vida, me di cuenta de que realmente podía hacerle daño a una persona, no era un daño físico que se cura y a otra cosa, era un daño irreparable y de no solo difícil solución, sino que probablemente, nunca jamás podría arreglar aquello que había hecho. Eso me hizo sentir una persona peligrosa de alguna forma para los demás, así que cuando alguien piensa que el solo hecho que se acerquen a ti o que te hablen, puede perjudicar a la otra persona, lo que uno opta es por la soledad absoluta. Y es muy difícil que una persona normal se aísle completamente, y menos rodeada de gente que más o menos te quiere o te aprecia de algún modo. Supongo que hay que ser muy valiente para hacer lo que hice, pero creo que a pesar de que tenía otras alternativas, mi conciencia no me dejaba otra opción. En mi proceso de aislamiento, tenía que hacer todo lo posible para que nadie me quisiera, y por no tener ninguna relación de ningún tipo con nadie. Necesitaba que la gente me odiara, y por supuesto lo conseguí. Al poco tiempo mis compañeros de clase, al ver que no hablaba con ellos, que no les contestaba, que no quería jugar con ellos, etc. Me fueron puteando, es decir, se sintieron cada vez más dolidos por mi rechazo y no dudaron en ir a por mí. Ahora con el tiempo, comprendo que lo hicieron porque ellos no tenían ni la más remota idea de que me pasaba, ni de que era la Ouija, pero en su momento lo pasé francamente mal, ya que ellos pensaron que les rechazaba porque de la noche a la mañana me consideraba superior o algo así. En ningún momento me maltrataron hablando de la Ouija, que es lo que yo esperaba, esperaba de alguna forma, ser quemada en la hoguera de forma metafórica. Pero no fue eso lo que ocurrió, nadie me echo en cara lo que había pasado con M, o que hubiera hecho la Ouija o algo parecido. Lo que les dolió es que no les quisiera de la noche a la mañana, que no les hablara, que les rechazara una y otra vez. Yo no esperaba comprensión alguna, ni amigo alguno que se me acercara a hablar, no esperaba nada, y sabía que lo necesitaba, pero no lo buscaba, es más, si alguien se acercaba a mi, lo rechazaba de pleno, así que toda ayuda era imposible. Pero me acuerdo, que cuando muchos de mis compañeros de clase, me atormentaban a base de insultos y demás cosas desagradables, para de alguna forma volverme a hacer hablar, hubo alguien que consiguió que al menos dijera algo. A veces en la vida, solo te das cuenta quien realmente tiene corazón, cuando todos los demás no lo tienen. Y ese chico de alguna forma me conocía, y aunque no tuviera ni idea de que me pasaba, sabía como hacerme hablar, y solo consiguió dos palabras "los pájaros", y que recuerde nada más. Porque él fue el único que no me ataco, solo me pregunto "¿que miras por la ventana?". Sí, no solo no le hablaba, sino que tampoco les miraba, evitaba todo contacto, todo. Quizá si alguna vez han visto una película en la que el super héroe con superpoderes, se siente intimidado por sus propias capacidades, podrán entender cómo me sentía yo, siendo encima tan pequeña. El poder de destruir a alguien, no es maravilloso ni te hace sentir bien, te hunde.
Poco después de saber las monjas lo de M, yo hablé con mis padres y les pedí que me cambiaran de colegio, ellos no querían en un principio pero entendieron las razones que les daba, y ese fue mi último curso en ese centro.
Después de irme del colegio vi dos o tres veces a M, ella no superaba que me fuera, pero yo hice todo lo que pude para convencerla de que ella estaría bien, de que nos veríamos de igual forma y de que me iba porque estaba harta de las monjas. La realidad, es que no podía estar más tiempo con esa carga, y viéndola en el colegio, no lo soportaba. Necesitaba salir y empezar una nueva vida, aunque eso era empezar de cero y sola, pero valía la pena intentarlo.
El que mis compañeros de clase me odiaran, me facilito la partida, y el no verlos en años. Algunos los he visto, pero de alguna forma siempre tengo rechazo, no puedo perdonar la forma en que todos o casi todos se comportaron conmigo esos últimos meses. Ahora que sé que las personas pueden comportarse como desquiciados en grupo, comprendo que ellos lo hicieran, pero aun así, es muy difícil perdonar o no sentir un rechazo total por la mayoría de ellos. Quizá porque yo estaba evitando hacerles daño, y hacerme más daño aun, porque sabía que debía irme, y de alguna forma, aunque buscaba que me odiaran, tampoco es fácil soportar lo que soporte en esos meses. Para hacer un símil, es como cuando van a apedrear a Jesús de Nazaret, sabes que en realidad eres inocente, pero que aquello es lo que debe ser. No porque yo sea una mártir, ni mucho menos, sino que sabía que no había otra posibilidad, era lo mejor para todos.
Hasta aquí mi relato. Espero que el lector, si en algún momento alguien le comenta o le invita a una sesión de Ouija, diga claramente NO. El daño, siempre es muy superior al beneficio.
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