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lunes, 22 de agosto de 2016

El tripi

Hoy a venido a mi memoria una historia que viví cuando era una adolescente, pero que quizá marco mi vida lo suficiente para darme cuenta de algo muy importante en la vida, y que muchas veces no le damos la suficiente importancia hasta que no nos vemos envueltos en una espiral de la que nos es imposible salir.
Quiero dedicar esta historia a JM, por aquello que me dijo una vez, sobre escribir un libro sobre mi vida, contando cosas como la que voy a narrar a continuación. Espero que sirva de ayuda a algún lector, como a mi me ha servido tantas veces recordar esto.
Era yo una adolescente inquieta con muchas ganas de vivir, y como se dice aquí "me apuntaba a un bombardeo", lo que a fin de cuentas, implica que hacía cualquier cosa con tal de vivir experiencias nuevas y vivir, que es lo que más intensamente hice durante esos años.
Tendría unos 18 años aproximadamente, y la verdad es que no conocía apenas la capital, Madrid. Esa ciudad que antes me parecía con un magnetismo irresistible, y que con los años ha ido perdiendo. Pero quizá vuelva a recuperar, eso nunca se sabe.
No conocía ni el metro, siempre que iba, lo hacía en compañía de alguien que supiera algo más que yo, ya que ni sabía como ubicarme o como defenderme por la gran ciudad. Yo vivo en un pueblo de las afueras, aunque ahora lo llaman también ciudad, pero como lo conozco caminando para mi será siempre un pueblo grande, donde es difícil que me pierda, la verdad.
Un fin de semana, como tantos otros, se planteaba un plan diferente, y esta vez, consistía en ir a Madrid con los compañeros de instituto de la que era una antigua compañera de colegio mía. Así que se presentaba algo excitante conocer gente que no tenía nada que ver con la rutina, saldríamos por Madrid, iríamos de botellón un rato y de vuelta a casa, parecía buena idea. Por tanto, no dije que no, claramente me vi aquella noche en una plaza del barrio de Malasaña, que a mi me pareció de lo más cutre en ese momento. Se trataba de una pequeña placita junto a la parada del metro, donde en bancos se reunían pandas de chavales como lo eramos nosotros. La diferencia estaba en que todo el mundo conocía a la gente con la que iba, menos yo, que solo conocía a mi amiga. Pronto surgieron los problemas, ya que compraron la bebida, pero no compraron ni hielo ni vasos, cosa que me pareció de gente bastante tonta la verdad, porque yo ya había estado en muchos botellones y eso de que no supieran ni que comprar me parecía raro. El caso, es que recuerdo que alguien horas antes me había preguntado que podíamos comprar para hacer kalimocho (bebida vasca, mitad vino tinto mitad refresco de cola). Y sí, ahí me vi, con una botella de dos libros de refresco y dos tetrabriks de vino, ¿pero a ver como se mezclaba aquello?. Tras un rato pensando y viendo que los presentes se empezaban a estresar y casi hasta insultar, no se como lo hice, pero conseguí fabricar el kalimocho sin perder ni refresco ni vino por el camino. Pero lo que a los que bebían en otros grupos con sus amigos, les pareció una proeza y me tomaban por enrollada, a los del grupo con quién estaba, no les les duró la alegría demasiado. En seguida, volvieron los malos rollos, las impertinencias y demás historias. Hubo un momento en que ya me arte, y de alguno forma sentí que hubiera estado más a gusto con cualquier otro grupo de gente que estaba en la plaza, que con el que tenía que estar, por ser con los que había ido, y sin saber muy bien porque empece a contestar a los capullos que estaban provocando una y otra vez el mal rollo. Mi amiga, y la amiga de esta, me pidieron que me calmara y que pasara de los tipos estos, que al fin y al cabo solo les aguantaban porque les suministraban droga, así que mejor que me tranquilizara y que me portara bien. La amiga de mi amiga, una chica de más 1,80m rubia con ojos verdes y tan delgada que podía ser modelo sin problemas, se aleja en compañía de uno de los capullos un momento. Este capullo en cuestión, un tipo rubio de media melena, de 1,60m era el tipo más famoso y más temido, ya que era con el que habían quedado allí porque era el proveedor de la mercancía. Al poco de venir la chica rubia, vino el chaval y me llevo a parte para hablar conmigo, y no me dijo nada bueno la verdad, porque trataba de escusar su comportamiento diciendo que a él le importaba una mierda el resto, y que él solo tenía negocios con ellos. Luego me dijo que si quería 1/4 de tripi, que no tenía porque pagarlo, que me invitaba él. Esto debía de ser todo un honor, y supongo que él pensaría que yo tenía que estarse infinitamente agradecida, y que por supuesto si él me lo pidiese, y llegado el momento se lo cobraría como a él le apeteciera. Pero, creo que todo eso que puede que tuviera en la imaginación, se le fastidio bastante rápido, porque aunque insistió mucho, tanto que hasta hizo que la chica rubia tratara de convencerme, yo no quise tomar aquel tripi. No lo tome, porque no me apetecía tomar nada que me dejará medio gilipollas y sin saber como iba a reaccionar mi cuerpo, rodeada de gente, que ahora me parecen más que indeseables.
Por supuesto, el chaval decidió vengarse de mi rechazo. Más o menos me había convertido en el demonio hecho mujer, al haber rechazado semejante regalo. Así que si antes se pasaban conmigo por saber hacer kalimocho, ahora ya era acoso y derribo. Lo suyo hubiera sido haberme ido a mi casa, pero, estaba en Madrid, y había ido con una amiga que se iba a volver conmigo porque su pueblo es vecino al mío, así que tomábamos el mismo bus. Que aunque de día, da lo mismo, de noche sin conocer Madrid, sin saber ni a que hora cierra el metro, y sabiendo que el buho (bus nocturno) que me lleva a mi casa pasa cada hora y que tenías que esperar a la intemperie en una zona donde no veías a un policía ni por casualidad, pues era de esperar que yo no quisiera volverme sola. Por lo que aguanté, pero o sorpresa, que mis intentos de diplomacia y mi paciencia no llagaron a los limites porque no me acuerdo si fue la chica rubia o quién, pero alguien se empezó a encontrar tan mal que llamaron a una ambulancia, y al poco apareció la policía. Por lo que al final volví a casa sana y salva.
Aquella noche aprendí varias cosas importantes.La primera es que no todos los que crees amigos, lo son. Ten siempre un plan de vuelta a casa, sin que dependas de nada ni de nadie. Jamás tomes ninguna mierda que te haga perder la razón o te vuelva vulnerable, sino estas en compañía de gente que realmente te haya demostrado su amistad en momentos difíciles, y aun así, si decides hacerlo, hazlo en un lugar seguro donde no corras peligro de nada, y si te da un mal viaje lo que sea, al menos puedes llamar a urgencias o ir al baño a vomitar.
Pero la lección  más importante de todas, es saber elegir a los amigos, y saber con quien se puede contar y para qué, y nunca jamás irse con gente que no es de fiar, o que claramente quiere abusar de ti de alguna forma. Y si no tienes más narices que quedar o salir con gente indeseable (ejemplo, compañeros de trabajo o por negocios) ten siempre tu plan B, y vuelve pronto a casa lo más limpio posible de sustancia alguna.
Yo salí bien aquella noche, pero mi amiga no. Al cabo de los meses perdimos la amistad, por otra serie de historias. Antes de dejarnos de hablar, me contaba como ella tomaba toda clase de sustancias sin mesura, invitada por chicos como aquel, y con pagos no menos desagradables que la conducta de aquel muchacho. Al año o así, la que era mía amiga tubo que ingresar en una clínica (según le contó su hermana a mi madre) parece ser que además de los debidos al abuso de drogas también sufría serios problemas psiquiátricos.

Nota: Tripi se conoce como una pequeña hojita de papel que está impregnada de LSD. Normalmente, la hojita de un papel muy fino, tiene un dibujito o alguna gillipollez. Supongo que es para advertir al que lo ingiere de que va a hacer justo eso al tomarlo, el gilipollas.

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