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sábado, 4 de junio de 2016

El pedófilo

Muchas veces pensamos que las personas malas, tienen algo en el rostro que nos hace sospechar de ellas. Es justo al contrario, las peores personas, las que quieren algo de nosotros se pueden mostrar tal y como nosotros necesitamos que sean en ese momento, porque solo así conseguirán sus malévolos objetivos.

Cuando era muy pequeña, tendría 6 o 7 años, tenía una sana envidia hacia mi madre y mi hermana, pues su personalidad tan abierta y cariñosa las hacía tener amistades que las adoraban y que las hacían muchos regalos. Cosa que continua siendo así. Mi carácter era más desconfiado, tímido y retraído que el suyo, así que no era tan querida ni me hacían tantos regalos las personas ajenas a mi familia.

Un día, un señor empezó a venir a la tienda de mis padres muy a menudo, y siempre me pedía que le diera un beso (en el moflete obviamente). Yo era una niña bastante obediente en las cosas que me parecía que debía serlo, y la orden directa de mi tía abuela, era que no besara a extraños y que no dejara que me besaran a mi. Sobre todo según ella por si me pegaban alguna enfermedad, porque según ella, lo viejos solo tenían cosas malas que pegar. Que razón tenía, y que manera más correcta de alejarme de quien debía alejarme. Así que yo salía corriendo para que ese señor no me diera un beso, y menos darle uno a él. Por educación y tras su insistencia consiguió que le diera alguno, claro está porque mi madre me lo ordenaba. Y durante un tiempo ese señor vino un día si, y otro también a ver a mi madre y a verme a mi. Mi madre decía que el señor decía muchas cosas bonitas de mi. Y que por alguna razón que el desconocía me había cogido cariño. No se pueden imaginar lo que me repelía ese hombre por muy simpático que se pusiera. Tras mucho tiempo dando la plasta a mi madre y a mi tía, un día subió a casa y me trajo un regalo. Y durante unos minutos el señor se quedo a solas conmigo, yo tenía un mosqueo importante ¿por qué ese señor era tan pesado?. No me hizo nada, solo hable con el. Me dijo que el me quería de una forma especial, yo no le entendía para nada. Le pregunté que si no tenía hijas. Algo que mi tía le había preguntado a mi madre una y otra vez sobre este hombre, pero mi madre en eso no estaba segura de la respuesta. El hombre me contestó que sí, que tenía dos hijas, pero que no eran como yo, que yo era especial. A mi eso no me gustó, pero no me gustó porque a mi no me gustaría que mi padre quisiera a otra niña más que a sus propias hijas. Así que fui tajante y le dije, pues debe usted querer a sus hijas y no a mi. El se sintió muy apenado como si le hubieran roto el corazón en mil pedazos. Pero yo me sentía muy incomoda con él al lado, pues no me hablaba como se habla a las niñas, sino como se hablaba con la mujeres, es decir, que algo no me cuadraba en sus sentimientos hacia mí, por muy puros que estos fueran.

Desde aquel día aquel señor dejo de venir tanto, y sobre todo dejó de molestarme. Puede que el no fuera un pedófilo, pero desde luego no era sano el sentimiento que tenía hacia mi. A lo mejor le recordaba a un antiguo amor que murió, quien sabe. El caso es que yo era una niña, y para mí ese señor era un anciano que no me trataba ni me miraba como el resto, y lejos de sentirme alagada, sentí como si eso fuese antinatural.

Los pedófilos no son enfermos mentales, son personas normales y corriente que se sienten atraídas por los niños. Sus sentimientos no son los paternales, maternales o protectores, son otro tipo de sentimientos que quizá echaron en falta en su vida, y buscan recuperar ahora de forma antinatural fastidiandole la vida a otro.

Algunas personas están intentado hacer de la pedofilia una opción sexual. Es decir, que para algunos tener relaciones sexuales con niños es comparable a cualquier practica sexual normal. Lo que me parece tan terrible que da miedo solo pensar que haya gente capaz de defender algo así como un derecho. El derecho que hay que defender es el de los niños a ser niños el mayor tiempo posible y lo más alejados de las practicas sexuales que se les puedan tener. Una cosa es que tengan conocimiento de que son, y no le tengan miedo ni asco, ni nada de eso. Otra es quitarles la inocencia, que es de las cosas más hermosas que podemos poseer a lo largo de nuestra vida.



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