Cuando somos pequeños, no hay nada malo que nos pase, que no pueda remediarse con amor y abrazos. Si tienes la suerte de tener una familia que te quiere y que te lo demuestra, no hay maltrato que pueda contigo. Esta es una historia real, que recuerdo tal y como es, pues la he revivido en mi mente toda mi vida, para nunca olvidar que clase de personas "cuidaban" a los niños, y siguen "cuidándolos", en un país llamado España.
A decir verdad, no puedo decir la edad que tenía, porque cuando eres tan pequeño, la edad y el tiempo pasa muy despacio, y no le das tanta importancia a los años que tienes. Los tienes que saber, por si alguien te lo pregunta, pero no porque te interese demasiado. Tu mente y tus ojos están centrados en otras cosas más importantes, como es aprender y observar todo lo que te rodea. Eso, y sobre todo, ser muy feliz todo el tiempo posible. Disfrutando de cada instante de vida.
Recuerdo que me las pasaba jugando, tanto que tenía a mi hermana mayor harta, pues mientras yo era muy nerviosa ella era más tranquila. Pero un día de repente, mi hermana dejo de estar tanto conmigo, iba a algo que llamaban "colegio". Ella cuando volvía del colegio, decía cosas maravillosas, estaba encantada y feliz. Contaba con ilusión que tenía unas profesoras muy cariñosas que la querían mucho, y que la trataban muy bien. Que se pasaba los días jugando en un patio precioso, lleno de plantas y con una árbol que ella adoraba. Yo no sabía si creer tanta maravilla, o si eran fantasías de mi hermana, pero quizá era verdad y ir al colegio era algo bonito y divertido. Así que cuando me toco ir a mi, lo primero que busque fue el patio con el árbol. Pero no había patio, ni árbol, ni profesoras alegres y cariñosas. No me pasaba el día jugando y riendo, sino sentada en una aula triste y con apenas luz, de la que si salíamos, lo único que veíamos era una calle estrecha, y cemento por todas partes. Empecé a pensar que mi hermana me había engañado. Pero para entonces mi hermana ya estaba en otro colegio, pues el anterior en el que estaba solo tenía parbulitos, que no sabía muy bien que era en aquel entonces, así que tomo me parecía extraño y sospechoso. ¿Me habían mentido para ir a ese sitio tan feo y sombrío?. El caso es que pasó el tiempo, me hice amigos, aunque pocos, porque no te dejaban apenas hablar con nadie, solo podías hablar con los niños que estaba sentados al lado, cuando la profesora sospechosamente abandonaba el aula durante un largo rato. Pero cuando volvía, silencio, absoluto silencio. solo se podía oír su horrible voz chillona y pedante.
Un día, un niño estaba parlanchín, de esos días en los que los niños están muy felices y les da por hablar todo el rato, y habló, pero no volvió a hacerlo, porque la profesora le grito "¡que te calles!", y le arreo un guantazo. No recuerdo si el niño se meo encima. Si recuerdo que intentamos justificar el guantazo, o entender entre nosotros lo niños que lo habíamos visto, porque le había pegado. Sí, los niños hacen eso, intentan adaptarse al medio, y eso era una adaptación a lo que era "el colegio", y ninguno quería ser un inadaptado. Así que a partir de entonces, ni el ruido de un lápiz en el aula, nada si ella estaba presente. Pero gracias a dios, salía a menudo, y hablábamos, bajito, pero hablábamos y mucho. Aunque todos sabíamos que a ella no le gustaba que lo hiciéramos. Solo estaba empeñada en que trabajáramos como gilipollas en un cuadernillo de fotocopias de dibujos, que lo pintáramos todo para enseñárselo a nuestros padres. Aunque ninguno sabía que interés tenía aquello, pues todos pintábamos en casa, y no nos lo tomábamos tan enserio.
Pasó el tiempo, y nos relajamos. Pensamos que la profesora ya no volvería a pegarnos, éramos buenos, solo hablábamos cuando ella no estaba. Pero un día no sé si que íbamos ha hacer, pero un niño con la mano levantada, pregunto algo. La profesora le volvió a arrear un guantazo. Silencio, no recuerdo si el niño puedo apenas llorar.
Yo ya cuando iba de regreso a casa, casi no hablaba. Me preguntaban que tal el colegio, pensando que diría lo que mi hermana. Yo no decía nada, pero si insistían decía que el colegio no me gustaba nada, y que no entendía como a mi hermana le podía gustar. Ella discutía conmigo, afirmando que ¿cómo no podía gustarme el colegio?, el colegio era genial, a ella le encantaría volver a su antiguo colegio, he incluso le pidió a mi madre que un día le llevara a ver a sus antiguas profesoras. Yo no entendía a mi hermana, y seguía buscando aquel árbol, aquel patio de juegos y aquellas profesoras alegres y cariñosas, pero no las veía por ninguna parte. Pregunté a otros niños, pero no sabían nada de eso. Mi hermana contaba que aprendían a leer en clase, y que la profesora contaba cuentos. Yo no veía nada de eso.
Cuando vives una situación como esta, lo único que pides es que no te vea la profesora, que no se fije en ti, ser invisible sería una suerte. Así que pase el tiempo, pensabas, algún día saldré del colegio. ¿Cuánto tiempo se estará aquí?, llegabas a casa y lo preguntabas, te decían un año, dos... ¿Cuánto era eso?.
Pero cometí un error, un error imperdonable, fui lo que era, una niña, y la profesora me castigo por ello.
Un día de tantos, jugaba con las cosas de mi madre, en aquella época "mamá", que ese era el único nombre que para mí tenía. Su ropa, sus zapatos, las cosas para el pelo, su maquillaje y sus pintauñas. Todo de tantos colores, todo tan bonito y todo de mi mamá. Así que un día no sé si me pinté yo las uñas o me las pinto alguien, pero me encantaba ver mis uñitas de color rojo. Pregunté si podía ir al colegio con ellas pintadas, y me dijeron en casa que sí, ¿que problema podía haber?. Así que tímidamente pero orgullosa, me fui al colegio.
Como es normal, en cuanto la profesora salió le comente a mis compañeras que tenía las uñas pintadas, y las enseñe orgullosa. Sonreía, era feliz. Pero claro, estaba tan entusiasmada, que cuando la profesora entro en la clase, yo seguía girada mirando a mis compañeras de detrás y mostrando mis uñas rojas. Ya os podéis imaginar que ella me vio, y me miro con esa cara de bruja, fijamente y enfadada. Se sentó en su silla, se la notaba rabiosa, ahora creo que su rabia no tenía nada que ver conmigo, pero sus ojos ya se habían fijado en mi, ya había elegido su próxima víctima.
Al poco, me llamo a su mesa. Solía llamar a lo niños para ridiculizarlos. Conmigo lo hacía a menudo, porque me costaba entender la diferencia entre la A y la O minúscula, que ella nunca pudo explicarme. Y que fue mi tía la que me dijo, tiempo después que la diferencia era que la A minúscula tenía rabito. Sí fue mi tía y no ella la que me enseño las vocales. La profesora solo se limitaba a gritarme y a decirme que era una estúpida por no entender que la A era la A, porque era la A, y la O, era la O, porque era la O, un razonamiento cojonudo. Así que cuando me llamo, pensé que otra vez me iba a machacar con la misma gilipollez de siempre. Pero me equivoque. Fui hacia su mesa, como quien va a oír a un jefe insoportable. Y una vez allí, me dijo "muéstrame las manos", yo sin problema le enseñe mis preciosas unas rojas. Pero ella no reacciono como cualquiera de mi familia, o como mis compañeras de clase. Ella no dijo "¡que uñas tan bonitas!, ¿te las has pintado tú?". Pero yo pensé que me iba a preguntar eso, así que creo que le dije "me las han pintado...". Y ella empezó a decir cosas que yo no entendía, y que por suerte casi no recuerdo, pero una de ellas era que si yo era una puta como mi madre y que si por eso llevaba las uñas pintadas. No sabía lo que era un puta, pero como se despacho a gusto diciendo de todo durante largo rato e interrogándome acerca de cosas como por qué mi madre llevaba minifalda y cosas así, pues me di cuenta de que no era bueno lo que me estaba diciendo. Su tono era ofensivo, y a veces sutil como una serpiente. Yo casi no hablaba, porque ni me dejaba, ni entendía nada, ni sabía que decir. Harta de que no la dijera lo que supongo que quería que la dijese, me mando a mi sitio, supongo que me insultaría antes de que yo pudiese llegar a mi silla.
Cuando llegue a casa, no lo conté, no sabía que decir. En el fondo me preguntaba por qué a esa señora no le gustaban mis uñas, con lo bonitas que eran. Y le dije a mi tía que no podía ir con las uñas pintadas al colegio, y que me quitara el pintauñas. Mi tía me pregunto ¿por qué?, yo solo le dije, "a la profesora no le gusta". Creo que en ese momento mi tía empezó a sospechar algo, y no dudó en interrogarme ella también, aunque recuerdo que le costaba que yo hablara. Cosa rara, porque yo era muy parlanchina hasta que empecé a ir al colegio.
No recuerdo cuanto tiempo paso, creo que fue muy poco. Mi madre me llevaba andando cogida de la mano al colegio, y yo tiraba con todas mis fuerzas de su mano para volver a casa, recuerdo hasta la calle, y a mi madre tirando diciendo "tienes que ir al colegio". Yo me negaba, me hubiese tirado al suelo si hubiese echo falta, o agarrarme a lo que sea, pero no quería ir. Recuerdo que de repente mi madre se paró y me miró. Me pregunto ¿por qué no quieres ir al colegio?, y aunque no recuerdo cuando esa mal nacida lo hizo, sí recuerdo que le dije a mi madre "porque la profesora me pega". Mi madre dio la vuelta a casa, y solo recuerdo preguntas y más preguntas. También recuerdo un día con un montón de padres con sus hijos delante de la puerta de ese colegio, gritando.
Tuve que volver al colegio, a pesar de todo, mis padres me prometieron que esa mujer no me volvería a pegar. Y es verdad que ya era extrañamente amable. Y me decía que ella nunca había pegado a nadie, que yo tenía mucha imaginación, y cosas a si, con una sonrisa falsísima.
Recuerdo a una señora que en el pasillo del colegio mientras miraban a los niños por la ventanas de la clase, habló con mi madre. Creo que fue el primer día de clase del segundo año allí. Al principio, la mujer regañaba a mi madre por la que habían montado, pero al rato de hablar con mi madre la dio la razón, que hacía años que todo el pueblo sabía lo loca que estaba la directora del colegio, pero que nunca hicieron nada (no se atrevían por miedo, la directora era muy amiga del cura). También la dijo a mi madre que sino la daba miedo dejarme con esa mujer otra vez. Mi madre dijo que ese año la profesora era otra, y que si se atrevía a hacer algo, que estaba segura de que yo se lo contaría. Pero sé que mi madre, tenía más miedo que yo de dejarme allí, aunque nunca lo dirá.
Cuando termino el segundo curso mi madre me cambio al colegio nuevo de mi hermana.
Mi hermana estaba muy enfadada conmigo, pero un día andando, mi hermana me señaló su primer colegio, con su patio, su jardín y su árbol. Sí estaba en la misma calle, pero no era el mismo colegio ni los mismos profesores ni nada. El primer colegio de mi hermana fue tirado al poco tiempo, y hoy hay un asilo de ancianos. Mi primer colegio sigue aún en pie, y mi profesora, directora y propietaria del colegio público, siguió teniendo las puertas abiertas hasta el día de su muerte. También la señora y amigas se encargaron de difamar a toda la vida a mi familia durante años, cosas de sectarios. Mi madre, solo hablaba del tema, si alguien se lo sacaba, ya era bastante horrible y doloroso.
Con el tiempo, conocí a dos chicas que fueron alumnas suyas y que la adoraban. Eran dos niñas que tenían una año menos que yo, así que disfrutaron de la falsa sonrisa, y del miedo reciente a una nueva denuncia de los padres. Yo les dije que esa mujer era una hija de puta, pero tenían el cerebro tan lavado, que no podían creerme y solo decían cosas bonitas de ella. Decían que era su segunda madre.
Cuento esta historia, porque se esta diciendo que los franquistas como esta mujer, eran buenas personas. Hay algunas buenas personas que son franquistas, pero este no era el caso. Esta mujer, que tuvo lo que tuvo, gracias al franquismo, y que fue apoyada durante y después de la dictadura, por pertenecer al régimen de Francisco Franco y a la secta de la iglesia católica. Cambio de actitud, pero cambio porque que mis padres me querían, mi familia me quería, me creyó y lucho para que esa mujer no maltratara a más niños. Pero estoy segura que lo siguió haciendo, de forma más sutil, pero lo siguió haciendo. Pues una psicópata, siempre es una psicópata, una maltratadora infantil, que odia a los niños, no cambia de la noche a la mañana. Y por supuesto, ella no lo hizo.
Por suerte, solo estuve dos años en ese colegio, y luego me llevaron a uno de monjas con 6 años. Aunque no fue tan horrible, siguió siendo el mismo tipo de educación franquista, pues era y es, el más abundante por no decir casi el único en España. Pero yo ya había aprendido la lección, si te dan, no te calles, algún día el que te maltrató, te sonríe.