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lunes, 29 de julio de 2013

La letra con sangre no entra


En esta ocasión en vez de proponer una serie de preguntas, me he decantado por una nota informativa que llegó a mis manos y que me dejo perpleja.


Nota informativa a estudiantes de una universidad española

Un grupo minoritario de personas ha ocupado de forma violenta las Facultades de Trabajo Social y Políticas y Sociología, ubicadas en el mismo edificio, impidiendo el acceso y el normal funcionamiento de ambos centros. Ante esta situación, se pondrán en marcha los medios necesarios para restablecer la actividad académica y administrativa habitual.


La letra con sangre no entra

La letra con sangre no entra

Me gustaría decir algo positivo para comenzar un relato tan duro como va a ser este. 
Desde niña observo el comportamiento de la gente con curiosidad. Me acuerdo de los primeros años de colegio, cuando me dí cuenta de que hay un largo océano que separa a los alumnos de los profesores. Algunos profesores intentan remar a la orilla, donde se encuentra el alumno, acercase y dejar al aprendiz, dar sus primeros pasos torpes, ayudándole hasta que este consiga la seguridad suficiente para caminar solo. Pero este tipo de profesor es una rareza. 
Durante mi infancia me preguntaba porque los profesores eran tan amargados, porque siempre repetían lo mismo una y otra vez, si aclararse ellos mismos, ni darse cuenta de que hablaban para un público que odiaba su discurso. Y no es que los alumnos no quieran aprender, lo que pasa es que no quieren sufrir, ni aburrirse. 
No hay mayor tortura para un niño que tenerle durante horas sentado, contándole tonterías que se olvidan en segundos, sobre todo con la capacidad que tienen los pequeños para olvidarse de sucesos traumáticos. ¿Pero cómo se pretende enseñar algo a un pequeño cuando lo primero que se le hace es obligar le ha hacer lo que su cuerpo le dice que no haga?, y es estarse parado, callado e inerte. La pregunta la solucione cuando estaba ya en mi último año de colegio, la educación no está hecha para que los niños aprendan, si no para que los profesores no trabajen. 
Cuando llegue al instituto, pensé que aquellos tortuosos años de colegio donde cada clase era una repetición de la anterior, sin motivación ni diversión ninguna, acabasen. Pero no fue así, el instituto es lo mismo que el colegio, pero los profesores te recuerdan constantemente que no eres un niño para quejarte. Y en la universidad, pasa exactamente igual, pero tres veces peor. 
Es una auténtica lástima, sobre todo porque siempre me he motivado yo sola para estudiar, la influencia positiva de los profesores sobre mí es escasísima. Puedo contar con los dedos de las manos los profesores que han sido amables, respetuosos, o simplemente, que me han motivado a querer aprender su asignatura.
¿Y cómo he seguido adelante con mis estudios?. Pues supongo que simplemente, en mi casa se tienen inquietudes por el aprendizaje. Lo que hacía que yo pudiese estudiar inglés antes de ni siquiera darlo en el colegio, o que me interesase por las astronomía, la mitología, etc, antes de cumplir los 6 años. Lástima que el colegio me quitasen toda la motivación, algunas personas nunca deberían dedicarse a la enseñanza.
Ya de adulta fui sorprendida por una profesora de arte dramático, que un día dijo al salir de clase, ¿os venís a tomar unas cervezas?. Fue la primera vez en mi vida, que estaba sentada al lado de una profesora, y podía considerarla humana. Y de hecho, puedo decir que en solo un año con esa profesora, he aprendido más que en años de cualquier otra materia con cualquier otro profesor, aunque se las puedan dar de catedráticos, doctores o especialistas en la materia que sea.
Muchas veces me he preguntado porque ella es diferente, pero hoy ya sé la respuesta. Ella es simplemente humana, habla con los alumnos, les escucha, busca métodos distintos de aprendizaje y consulta a los alumnos que han sacado en claro. Hacía que los alumnos junto con ella fuéramos como un barco a la deriva en alta mar, en el que ella podía ayudarnos a dirigirnos a buen puerto. Y lo conseguía, sin traumas, sin estar quietos y sobre todo, con clases amenas y divertidas. Hasta hace poco tiempo, pensaba que sólo el arte dramático podía ser divertido, pero no es cierto. Como profesora de teatro, hoy por hoy, sé que lo más difícil de enseñar a los demás, es sentir y disfrutar de la vida, que al final, es lo que se consigue cuando se hace una obra teatral. 
Y en definitiva  hoy sé que nada es aburrido, nada que podamos aprender con entusiasmo es pesado, pero nos lo convierten en tortura y rutina, por la falta de motivación del propio profesorado. Alguien que lea esto dirá que estudiar tal cosa, o tal otra, no es divertido. Por ejemplo, hay mucha gente que odia las matemáticas. Pero si desde niños, en vez de enseñarnos a sumar y a restar con números, nos enseñasen a sumar o restar caramelos, de adultos, nos gustarían mucho más los cálculos más complejos. 
El teatro me ha dado una gran lección que pocos profesores aplican, y es que aprender es divertido y nadie tiene derecho a cambiar eso.